martes, 31 de agosto de 2010

Crimen en la ciudad de las diagonales

Por Rocio Zubiri

8 de mayo de 2008. Bicentésimo vigésimo día del año del Calendario Gregoriano, el 221º en los años bisiestos. Quedando así 145 días para finalizar el año. Con una particularidad para mí, parcial de Psicología Evolutiva, para el cual había estudiado todo el fin de semana.


En el 107, camino al Normal 1, con la esperanza de lograr el tan anhelado 5, prendo la radio para distenderme, y en la central de noticias de las 13:00 horas un periodista me anuncia que se inaugura en Pekín, la XXIX edición de los Juegos Olímpicos y que al Dr. Barreda le concedieron arresto domiciliario, después de 15 años. Y que para concedérselo, los jueces tuvieron en cuenta tres requisitos legales: la edad del cuádruple homicida, 72 años, su conducta "excelente" dentro del penal y el tiempo que lleva preso.

¿Cuádruple homicida? ¿Libre? Fue el primer pensamiento que tuve. ¿Cómo puede ser que alguien de estas características tenga ese beneficio? ¿No se supone que “el que hace, las paga”? Parece que no, Ricardo Barreda cumplirá arresto domiciliario en casa de su novia a partir de hoy.

Apagué la radio con una mezcla de decepción y desconcierto, con un simple objetivo: ese 5. (Tantas horas con Piaget, Erickson, Watson, Wallon y Freud tenían que dar resultado).

Me bajé de colectivo, entré al colegio por calle Entre Ríos, subí las escaleras, entré al salón, me senté en un banco cercano a la ventana, saqué dos hojas y una lapicera. Después de 1 hora y media entregué a la profesora Carnero mi parcial. Buen fin de semana, Zubiri.

Mi 8 de mayo siguió su rumbo. Ahora con el nombre Barreda sonando en mi cabeza. ¿Qué lleva a un hombre a cometer semejante acto? ¿Quiénes fueron sus víctimas? ¿De qué manera acabó con sus vidas?

Tantas preguntas y ninguna respuesta. Era hora de ponerse a investigar.

Lo hice. A la primer entrevista se me puso la piel de gallina, cada palabra me daba más escalofríos, sobre todo esa tan segura declaración: “Lo volvería a hacer”.

Fue condenado a cadena perpetua.

Algo se esconde detrás de todo esto, pero, ¿qué era?

Desde un primer momento, Barreda admitió que había cometido la masacre, y entonces se justificó diciendo que dentro de la casa lo maltrataban.

Dejé que mi imaginación fluyera y pude imaginarme, casi con total seguridad como se sucedieron las cosas aquel día, donde la vida de una familia entera cambió para siempre.

Ricardo bajó las escaleras de su casa de La Plata, ubicada exactamente en Calle 48 entre 11 y 12, con la lentitud que caracteriza a los movimientos de un desperezado domingo por la mañana.

Delgado, de tez blanca, odontólogo de profesión, de apellido Barreda (Dr. Barreda para sus pacientes), un apellido que pasó a la historia luego de ese macabro 15 de noviembre de 1992.

Ellas acababan de almorzar, él recién amanecido, con ganas de realizar esas tareas hogareñas que había dejado relegadas durante la semana.

Se dirigió en primer lugar a la cocina, donde estaba su esposa de años, Gladys Mc Donald, con la idea de hacer el intento por quebrar su indiferencia. Él le comentó que iba a limpiar las telarañas del techo, porque no generaban una buena impresión a quienes tocaban a su puerta, o simplemente a los transeúntes que recorrían esa vereda a diario.

Solamente obtuvo como respuesta: “Andá a limpiar, que los trabajos de ''conchita'' son los que mejor hacés.” No era la primera vez que se lo decía, pero esta vez le había molestado de sobremanera.

Al recibir esa contestación, sintió como una especie de rebeldía y entonces se dijo primero para si mismo: el conchita no va a limpiar nada la entrada, va a atar la parra, lo que luego le expresó a su esposa, palabras más, palabras menos.

Con el fin de evitar accidentes domésticos fue a buscar un casco, que había comprando especialmente para actividades de estas características, que estaba en el armario del garage, al lado de la escalera.

No sólo encontró el casco de obrero sino también una escopeta Víctor Sarrasqueta, calibre 16,5, que su suegra de 86 años, Elena Arreche, le había traído de Europa años atrás.

Los cartuchos estaban al lado, en el suelo, en una caja, y así habían estado desde hacía mucho tiempo.

El arma recompuso su ego, la tomó, igual que a las balas. Cargó la escopeta y guardó algunos cartuchos más en los bolsillos de su delantal blanco. Enceguecido se dirigió rápidamente hacia la cocina, donde se encontraban su esposa y su hija de 24 años, Adriana.

Comenzó por su esposa Gladys, efectuó varios disparos, casi sin dudar, con la vista puesta claramente en su primer objetivo, ante la mirada atónita de su hija menor, quien entre llantos, gritos y balazos repetía una y otra vez: "Mami, está loco".

Nada fue suficiente para hacer cambiar de opinión a este hombre, que hoy por hoy era protagonista de su propia vida, a cuesta de lo que sea. No se detuvo. Ahora los disparos fueron contra la chica, quien tristemente corrió con la misma mala suerte que su madre. Las dos acabaron rendidas en el piso frío de esa cocina impecable, que no sabía de manchas, hasta ese entonces.

Seguían siendo las escaleras testigo de esta horrorizante historia. Esta vez la protagonista era su suegra, “la desintegradora de la familia”, según Ricardo, quien las bajó corriendo, para saber que era lo que estaba sucediendo en la planta baja de esa casa. Allí se encontró rápidamente con la muerte, producto de un certero disparo del odontólogo. El pulso no le tembló.

Ahora sólo faltaba una, su hija preferida Cecilia, la mayor, de 26 años. A la que se le escuchó decir, entre pánico y lágrimas, sobre el cuerpo de su abuela, ya sin vida: ¿Qué hiciste, hijo de puta?, despidiéndose del mundo con esa frase de odio y decepción hacia su padre.

Con la perfección y la prolijidad propias de su personalidad se dispuso a levantar los 9 cartuchos utilizados y a desacomodar un poco la escena del crimen. Movió algunos sillones, desparramó y tiró algunos papeles, armando un ficticio escenario de robo.

Pocos minutos después, luego de haber cargado en el baúl de su auto el arma y los cartuchos, salió en su Ford Falcon, con la idea de deshacerse de cualquier evidencia que pudiera incriminarlo. La “Víctor Sarrasqueta” terminó en el fondo de un canal cercano a Punta Lara, y los cartuchos en una boca de tormenta del mismo lugar.

Tomó la decisión de continuar el día como uno más. Fue al zoológico, al parecer con la conciencia totalmente tranquila, paseó un poco. Solo estuvo un rato.

Todavía era temprano, así que se dirigió al cementerio a conversar con sus padres, tal vez en busca de confidentes, quién sabe, (nadie mejor que ellos podrían guardarle tan brutal secreto).

Por último, cerca de las 16.30 hs. se dirigió a un hotel alojamiento con su amante, Hilda Bono.

Cerca de la medianoche regresó a su casa, prendió las luces; y los cuatro cuerpos seguían ahí, desparramados; fingió sorpresa y mantuvo ese gesto por un largo rato. Llamó a la policía y a la ambulancia. Llegaron, hicieron su trabajo, pero el comisario Ángel Petti tenía una sospecha.

Trasladaron a Ricardo a la Seccional 1, pero el seguía firme en su personaje, hasta que llegó a sus manos el artículo 34 del Código Penal que establece la inimputabilidad a quienes no son concientes de sus actos, ya sea por locura u otra causa. Había llegado el momento de cambiar de papel.

El 7 de agosto de 1995 aceptó su total culpabilidad con respecto a los asesinatos de las cuatro mujeres de su familia.

"Lo volvería a hacer porque vivía en un infierno y me tenían loco", dijo el dentista desde la cárcel. Los peritos dijeron que Barreda padecía de psicosis delirante, teoría que no fue aceptada, de haberlo sido el acusado hubiese ido a parar a un manicomio. Fue condenado a reclusión perpetua condenado por el delito de triple homicidio calificado y homicidio simple. El odontólogo quiso justificar su brutal comportamiento: "eran ellas o yo", declaró. Sigue pensando que "si no las mataba, ellas lo hubieran matado a él".

8 de mayo de 2010, 19:30, el odontólogo abandona la cárcel en una camioneta de la prisión bonaerense, desde la cárcel de Gorina, en las afueras de La Plata, hacia Vidal 2333, donde lo aguardaba su novia, Berta André, luego de que los camaristas solicitaran un informe sobre la conducta de Ricardo, un estudio clínico médico, un informe ambiental y un análisis psicológico. Los expertos recomendaron que continuara con el tratamiento psicológico y que su novia sea responsable de los cuidados necesarios.

El procedimiento estaba pautado para las 15.30, no existían motivos legales para postergarlo, pero fue demorado para evitar la presencia de la prensa.

8 de mayo. Bicentésimo vigésimo día del año del Calendario Gregoriano, el 221º en los años bisiestos. Quedando así 145 días para finalizar el año. Primer día de una nueva vida.

Hoy, después de 2 años de familiarizarme con el tema, siendo ya maestra y futura periodista, no puedo dejar de pensar en la idea de hacerle una entrevista a este personaje tan controvertido.

Héroe para algunos, demente para otros. Victima para algunas personas, mientras que para otras solo cuadran con él adjetivos calificativos de gran magnitud, cínico, sádico, perverso y peligroso.

Si lo tuviera enfrente y pudiera hacerle una única pregunta tal vez esta sería: ¿Qué haría primero si saliera libre? Y tal vez él me contestaría: -Les llevaría flores a mis hijas.

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